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Llamaba en los cristales
aquel álamo blanco
alargando su brazo,
y creían que era el viento.
En los tediosos números,
en las declinaciones
quemaba la pupila
avizora y distante
de mi niñez, y daba
una tregua al intento
definitivo, al docto
horizonte en espera,
detrás de las pizarras.
Una puerta de jaula
se abría y en una huída
de fútbol y placetas-
corría a los miradores
del campo, donde un día
encontré la primera
primavera del mundo.
¡Qué gozo en la lección
de las flores silvestres!
Multiplicaba pájaros
por estrellas, salían
soluciones exactas.
La belleza ha de ser
efímera y gratuita
para poder seguir
persiguiendo un aroma.
La luna siempre sabe
historia de luciérnagas
para su colección
de niños desvelados.
Una lengua de escarcha
forjaba en las penumbras
la geografía del junco.
Sólo aprendí la j
cuando llegó un jilguero
a pararse en mi hombro.
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" Escuela "
Julio Alfredo Egea
Se trata de dar noticia de lecciones de la Naturaleza aprendidas desde la infancia, de sutiles vivencias coleccionadas a lo largo de una vida en el campo, intentando algo que esté más allá de los conocimientos, tras las veladuras del hermoso palpitar de la tierra: una imposible historia de aromas, una imposible arqueología del trino...